Por César Bianchi
@Chechobianchi
La historia de Collette es la típica de una persona trans en Uruguay: le gustaban los varones desde muy temprano, la tildaron de “rara” en la escuela, donde era frecuentemente agredida y atacada, debió recibir atención psiquiátrica para “curar” la supuesta enfermedad del gusto por las personas de su mismo género. Y como, además, creció en dictadura, todo fue peor: hizo shows de transformismo en boliches gays del under montevideano, fue perseguida por los militares (también por su militancia política) y, de a poco, con la democracia, todo fue mejorando.
Era el profesor de Literatura Alejandro Spinetti, pero se sentía “femenina” —no mujer, aclara—. Pasaron a llamarlo Collette Richard tras un personaje que interpretó, y ya solo restaba que el Estado la reconociera como lo que se sentía: como Collette, como una mujer trans. Eso llegó con la agenda de derechos que promovió la sociedad civil y avalaron el gobierno de José Mujica y el Parlamento de la época. Entonces, el título del IPA también reconoció a la profesora Collette. Entre Alejandro y Collette hubo mucha militancia política y social, hubo manifestaciones airadas, marchas, reclamos, entre purpurina, maquillaje y tacos altos.
Hoy, Collette Spinetti (59) asume el principal desafío de su carrera, producto de su militancia, y en reconocimiento a su trabajo. Con la llegada de Yamandú Orsi, fue nombrada directora de la Secretaría Nacional de Derechos Humanos de Presidencia, distinción que la convierte en la primera jerarca trans en el país. De su historia de vida, de lucha, y sus objetivos como gobernante hablamos en el piso 4 del anexo de Torre Ejecutiva.
¿Cómo dirías que fue tu infancia en Paso de los Toros?
Mi infancia fue feliz. ¡Yo era de terror! Era de treparme a los árboles, treparme a las casas, saltar los muros, robarle las ciruelas al vecino. Mirá, esta marca que tengo acá [me muestra una marca en el antebrazo derecho] es del alambre de púa de la casa del vecino, porque entraba a robarle ciruelas y cruzaba por el alambre de púa, y el vecino me corría, y por salir corriendo me quedó esta marca de mi niñez.
¿Y jugabas al fútbol?
No, no, no jugaba al fútbol. De hecho, en mi niñez me hicieron un tratamiento psiquiátrico porque, claro, la homosexualidad era una patología, en ese momento. Estoy hablando de los años 70. Yo ahí tenía 7 u 8 años. Fue así: yo nací con epilepsia. Mi madre dice que, en aquel tiempo, como había una sola partera en el pueblo, no me acuerdo doña nosecuánto se llamaba, le hicieron atrasar el parto. Mi madre estaba con todo, ya había roto bolsa, dilatación, yo ya venía naciendo, y le hicieron atrasar el parto hasta que la partera llegara, porque la partera estaba en otro parto. Eso es lo que me cuenta mi madre. Y cuando llegó la partera, yo nací, y me costó empezar a respirar, porque había nacido violeta… Y según parece, eso hizo que tuviera como focos epilépticos. Eso significó que yo tomé comitoína, que es la medicación que se da para la epilepsia. Nunca me dieron ataques de epilepsia, jamás, pero sí me subía la fiebre.
¿Cómo llegamos a la homosexualidad que advirtieron tus padres?
Porque me mandaban al Hospital de Clínicas, a un tratamiento donde me hacían electros y todo eso. Un día, una médica brasilera me hizo hacer un dibujo. En ese dibujo yo hice el típico ranchito con mi madre, mis hermanas y a mi padre lo dibujé lejísimos. Ese dibujo hizo que me derivaran a psiquiatra. Y ahí no me acuerdo bien, pero la psiquiatra habrá visto mi “rareza”. Y ahí me empezó a tratar esa psiquiatra. Fue una experiencia espantosa, horrible, porque incluso la culpaba a mi madre de todo eso. Ella era catedrática y a veces estaban los estudiantes en el foro, me atendían en un foro en el Clínicas, frente a los estudiantes.
Y ella, entre otras cosas, para “curar” mi homosexualidad, me mandó a jugar al fútbol. Yo lo menos que hacía era jugar al fútbol, veía la pelota y salía corriendo para el otro lado. Y ahí también la pasé muy mal.
Desde tus 8 hasta tus 20 años —esto es, niñez y adolescencia—, viviste en dictadura. ¿La sufriste, ya sea por tu militancia contra la dictadura o por tu orientación sexual?
La sufrí por las dos cosas. De joven era de izquierda. Había dos tías abuelas, la tía Melba y la tía Gil, que eran madres con hijos que fueron presos políticos, torturados, todo; eran las que me llevaban al Comité del Frente Amplio en Paso de los Toros. Había un comité a tres cuadras de mi casa, y yo recuerdo que le decía a mi madre: “Mamá, me voy a comer a lo del Che Guevara”, porque estaba el póster del “Che”, y ahí me daban pizza, chorizos, esas cosas. En aquella época, había como unas latitas con el número de lista y las clavaban en los árboles, y yo las acompañaba de noche a hacer eso, siendo chica, con 6 o 7 años. Me prendía de las polleras de mis tías, las acompañaba en toda la movida. Entonces, sufrí por eso, porque te despertabas a las dos de la mañana o tres de la mañana con los milicos con la bayoneta en el cuello, que estaban allanando la casa. La viví mal por eso. Nos perseguían, o cuando bajabas del tren te revisaban, todas esas cuestiones.
Y también por mi orientación. Más de grande, ya cuando me vine a vivir a Montevideo, te llevaban presa, y todo lo que pasaba dentro de una comisaría cuando te llevaban presa.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal
¿Vos dirías que sufriste bullying o acoso en tu juventud?
Toda la vida, toda la vida. Te hablo de volver a mi casa del liceo sangrando, porque me tiraban piedras o me pegaban. Recuerdo que, en aquella época, en dictadura, los profesores trancaban los salones cuando salían, y los destrancaban cuando entraban. Y yo siempre pedía para quedarme dentro del salón. No iba al baño. Todas esas cosas pasé. Y además de todo eso, el choque del tercer año del liceo cuando empiezan los cumpleaños de 15. A mí no me invitaron a ningún cumpleaños de 15. Miento: a un solo cumpleaños de 15 me invitaron en toda mi juventud.
“Volvía a casa del liceo sangrando, porque me tiraban piedras o me pegaban. Recuerdo que, en aquella época, en dictadura, los profesores trancaban los salones cuando salían, y los destrancaban cuando entraban. Y yo siempre pedía para quedarme dentro del salón”
Sos bailarina, profesora de literatura y activista. ¿Cuál dirías que ha sido tu principal vocación?
Cada vez que me hacen esa pregunta me ponen en un brete. Yo creo que la danza… Porque la danza expresa, comunica, te acerca al público, a la persona, hace pensar. Y también en la danza, la literatura es importante porque para los espectáculos, para interpretar algo, siempre estás leyendo, usando textos, formándote.
En 1984, meses antes de la restauración democrática, egresaste como bailarina de folklore de la Escuela Nacional de Danza del Sodre, y en noviembre de 1989 te recibiste de profesora de Literatura en el IPA [Instituto de Profesores Artigas], aunque en ese entonces, el título se lo dieron a Alejandro, ¿cierto?
Sí. Yo llamo a esa etapa mi etapa de “travesti”, en el sentido portugués del término: el que se viste de otro género. Yo me tuve que vestir, disfrazar de varón para poder estudiar. Mi primer profesor en el IPA, en mi primer día de IPA, me dijo: “Vestido así, a Bulevar. Acá no”. Y ahí entendí que, si yo quería estudiar, que era mi objetivo en la vida, tenía que disfrazarme de varón, tenía que seguir las normas. Estamos hablando del 84, 85, no tenías ninguna ley que te respaldara. Después, ya en 2022, a 10 años de mi cambio de nombre y género, me restituyeron el título con el nombre y el género actual.
Comenzaste a actuar en obras del under montevideano... ¿Cómo nace el seudónimo o nombre artístico de Collette Richard?
Era un personaje, por allá por el 83. Durante la dictadura, la comunidad LGBT en Uruguay siempre tenía espacios donde reunirse; eran espacios transitorios, ¿no? Hasta que los milicos te descubrían, llegaba la Policía, te llevaba, venía una razzia y te llevaban presa, y ta, buscábamos otro. Uno de esos lugares fue Arcoíris, que quedaba allá en Tristán Narvaja entre 18 y Colonia. Ahí en Arcoíris hacíamos shows de transformismo (tengo fotos de esa época). Tenías que vestirte de mujer, pintarte los labios, ponerte los tacos y maquillarte. En Arcoíris teníamos un grupo de teatro muy amateur. Y en una de esas obras, el personaje que yo hacía era Collette Richard. Era una mujer que estaba enamorada de un arquitecto que se terminaba suicidando. Y ahí quedó, todo el elenco de teatro me empezó a llamar por el nombre del personaje, luego traspasó el elenco y me lo empezó a decir la comunidad. Entonces quedó.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal
¿Cómo se da tu transición? ¿Sentías que eras “una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre”?
No, no. Ahí tenemos que diferenciar: mi sexo biológico es hombre, es varón. Ahora, mi identidad de género es femenina, no soy mujer, porque mujer es sexo biológico. La genitalidad no tiene que ver con la identidad, van por carriles diferentes. En la etapa de transición yo siempre me sentí femenina. No mujer en el contenido literal del término, que tiene que ver con los mandatos sociales de la maternidad, del casamiento, de todas esas cosas. No, no. Yo quería ser femenina, pero no mujer encasillada en el mandato social. Nunca quise ser mujer; si no, me hubiese hecho vaginoplastia, por ejemplo. Yo no tengo ninguna operación hecha, yo nunca me hormonicé, nunca hice un tratamiento hormonal. Siempre hago el mismo chiste: “soy así de fábrica”. Y, de hecho, hablo igual, tengo los mismos gestos, la misma forma de sentarme, de caminar, no cambió nada: lo único que cambió es que me puse tacos y pollera. Entonces, siempre me sentí femenina, no mujer, pero mujer en el imaginario popular de lo que debe ser una mujer, la que cumple los mandatos, la que tiene hijos, la que se casa, la que sirve. Todo eso, olvidate, no sé ni hacer un churrasco.
“Nunca quise ser mujer; si no, me hubiese hecho vaginoplastia, por ejemplo. Yo no tengo ninguna operación hecha, yo nunca me hormonicé, nunca hice un tratamiento hormonal. Siempre hago el mismo chiste: ‘soy así de fábrica’”
30 de octubre de 2012. ¿Por qué es tan especial esta fecha en tu vida?
Porque fue cuando dictaminaron mi cambio de nombre y género, en el juzgado de familia, ahí en la calle Rondeau. En aquel momento era la ley 18.620, tenías que ir a un juez con testigos y no sé cuánto, me pidieron cuatro testigos. Cuando iba el segundo, la jueza le dijo a mi abogada Diana González Perrett, que fue la que me hizo el cambio de nombre y género: “Para mí está bien, abogada; no sé si para usted está bien así”. Yo, antes de hacerme el cambio de nombre y género, pensaba que no iba a pasar nada, que iba a ser algo istrativo nomás. Pero un tiempo antes, escuché a una activista lesbiana española, por el tema de la adopción, y ella dijo: “Pasamos a ser ciudadanas de primera”. Y sentí eso, sentí eso.
Para una campaña de la marca Dove, dijiste que, en tiempos de transición de género, cuidar de tu cabello era parte de “cuidar la femineidad” y que cuando en algún momento te pidieron que te cortaras el pelo, no lo hiciste porque tu pelo era símbolo de “resistencia”. Ampliame eso.
Exacto. Yo hice el liceo en dictadura, entonces al ir como varón, te medían el pelo, que no te podía tocar el cuello de la camisa. Yo siempre me dejé crecer el pelo, y siempre tuve el pelo largo. Tuve una época metalera, y ahí sí tenía el pelo corto, me hacía como “pinchitos”. Tuve una época metalera, sí, pero me duró poco: usábamos camperas negras y pantalones negros y cosas así. Era una cuestión del estilo de la época, pero, después, siempre tuve el pelo largo. Y, de hecho, siempre me hice claritos. Yo tengo muchas canas, y nunca me hice tinta, siempre me hice claritos. Y para mí, el pelo era como decir: “Esta soy yo”.
¿Qué te llevó a militar por los derechos de las personas trans en Uruguay?
A mí el universo me pone en lugares. Yo soy muy mística. Es como este lugar [N. de R.: se refiere a la Secretaría de Derechos Humanos]: yo nunca pensé que iba a llegar acá, pero el universo me pone en lugares. Entonces, recuerdo que todo esto que pasé, cuando empecé a conocer otras travestis —en aquel momento se le llamaba travesti, hoy el término tiene una connotación política, pero para mí sigue siendo un término ofensivo, aún no lo he procesado a esto—, en un momento yo dije: “Bueno, esto es lo que yo quiero hacer”. Me acuerdo de mujeres trans como Kathy, Tahiana, Marcela. Eran súper exuberantes, como muy elegantes y altísimas, con los tacos divinos. Me acuerdo de que era la época del palazzo, y ellas usaban palazzo. Yo agarraba las bombachas de gaucho, las cortaba y me hacía un palazzo. Y ahí empecé de a poco a meterme más y a pensar: “Yo no quiero que a otras personas les pase lo mismo”. Entonces, ahí empecé a internarme con las cosas, hasta que por allá por el 2011 empecé a “dragonear” con el activismo en cosas puntuales.
Entre 2011 y 2012 asesinaron a varias compañeras trans, a nueve en total. La última fue Chiara, que fue el 23 de setiembre de 2012, pero había empezado por noviembre con la Pochito, con la Brasilera, y ahí yo empecé a convocar a unas cosas —que todavía debe estar la página de Facebook—, algo que se llamaba Tod@s de Pie, y nos juntamos acá enfrente a la Torre Ejecutiva (donde estamos ahora) con velas, a pedir justicia. Después vino el apoyo de la gente de ATRU [Asociación Trans del Uruguay], después vino el apoyo de Amnistía Internacional. Paralelamente, en 2010 yo empecé a trabajar con Mysu [Mujer y Salud en Uruguay], y hacíamos encuentros trans regionales, y ahí después se formó UTRU, que fue mi primera organización.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal
Precisamente, en 2012 fuiste fundadora de la Unión Trans del Uruguay [UTRU], y cinco años después pasaste al Colectivo Trans del Uruguay [CTU]. ¿Qué has podido lograr desde la sociedad civil, desde el activismo?
Se han podido lograr muchísimas cosas. Por ejemplo, esto, que estemos acá hablando, y que tenga una documentación con mi nombre y género, que tengamos a la educación, al trabajo, a la salud, que haya una ley integral para personas trans, que hoy puedas adoptar, que te puedas casar. Esa es la lucha de las organizaciones. Somos abanderados en Latinoamérica. Después, que eso se cumpla o no, es un tema político y por eso estamos acá, entre otras cosas. Es un tema político, un tema presupuestal. Pero si pasás raya, vos decís “¡qué impresionante!”.
¿Y la militancia política cómo llega? ¿Qué te impulsa a meterte en política y a integrarte al FA?
Esto de la resistencia de mi familia, de mis tías, abuelas, etcétera. Hay cantidad de anécdotas que tengo desde mi niñez, primero. Para mí, la política es una herramienta. Tenemos que mirar la política como una herramienta que te lleva a un lugar, a otras personas, te lleva a un lugar donde vos tenés los mecanismos para generar bienestar. La otra vez alguien decía: “Ser de izquierda es querer que todos tengan la panza llena cuando vos tenés la panza llena también, y no que unos tengan la panza llena y los otros la panza vacía”. La izquierda tiene más el acercamiento a mi vecino, mi vecina; la persona que vive en Artigas no tiene ese acercamiento… y, bueno, me voy a sentar a escucharte y desde la política, como herramienta, voy a buscar hacerlo.
Capaz que no sale perfecto. Siempre doy el mismo ejemplo: el movimiento feminista de salud sexual y reproductiva buscaba el aborto legal, se consiguió la interrupción voluntaria del embarazo. Capaz que no sale exactamente lo que vos buscás, pero nos vamos a acercar.
“Como dijo alguien: ‘Ser de izquierda es querer que todos tengan la panza llena cuando vos tenés la panza llena también, y no que unos tengan la panza llena y los otros la panza vacía’”
Hace dos años te jubilaste como docente, luego de 35 años como profesora de Literatura, tras la apuesta a una reforma educativa por parte del gobierno pasado, iniciativa que el gobierno llamó Transformación Educativa. ¿Creés que ha servido para algo? ¿Creés que va en el buen sentido y este gobierno debería mantener sus principales lineamientos?
Yo salí disparada de la Transformación Educativa. Yo tenía la causal de jubilación, tenía la edad, tenía los años de trabajo, me podía jubilar cuando quisiera. Cuando vi que la transformación se venía, dije: “Es mi hora”.
¿Por qué? ¿Qué tiene de malo la reforma?
Lo que crea, para mí, es mano de obra barata, es no pensar. Estamos hablando de una transformación de un sistema educativo que no te habla de derechos humanos, de un sistema que te cambia derechos humanos por derechos civiles, un sistema educativo que no te forma en legislación. Estamos hablando de un sistema educativo que no te enseña de pasado reciente, estamos hablando de un sistema educativo que te saca horas de Filosofía. Entonces, estamos hablando de una transformación educativa que te enseña a no pensar y, si vos no pensás, seas de derecha o seas de izquierda o de centro, no cuestionás.
No entiendo por qué decís que “enseña a no pensar”… ¿No es temerario afirmar eso?
Y bueno, fíjate los resultados en unos años. Fijate los resultados dentro de unos años, y volvemos a hablar.
Los jóvenes uruguayos hoy ¿se copan con la literatura? ¿Les gusta leer libros? ¿O leen mucho en redes sociales, pero poco en libros impresos, tal como los conocemos?
No solo los jóvenes, los más grandes también. El hábito de la lectura se ha sustituido, evidentemente, por el tema de las redes sociales, TikTok, yo qué sé, mirás TikTok y te da todo digerido, te resume en un minuto la Divina comedia. Entonces, ¿para qué vas a leer la Divina comedia o El Quijote? A mí lo que me pasó, siendo profesora, es que yo les decía a los gurises: “A ver, a mí no me importa que ustedes se lean El Quijote. Lo van a leer en algún momento de sus vidas y si se les antoja leerlo. A mí lo que me interesa es que lo que el texto te transmite, podamos debatirlo. Que si te doy…”
La metamorfosis de Kafka…
Ponele. Que después podamos debatirlo, analizarlo. A mí lo que me importa es que vos entiendas por qué el tipo se empieza a convertir, a transformar, en un insecto. Y de ahí partamos a qué es lo que la sociedad nos está obligando a hacer, a ser un insecto que trabaja, que busca el auto, que busca la casa, que busca esto, que busca aquello. Yo creo que hoy se lee mucho menos, pero tenemos que amigarnos con las tecnologías. A mí me costó, pero me amigué con el celular de los gurises y las gurisas. Les mandaba cosas por el celular, les decía: “Busquen tal cosa”. Cuando yo terminé de trabajar, todavía no estaba tan desarrollado TikTok, pero les decía: “Busquen tal cosa, busquen tal otra”, y ahí empezamos a trabajar con el celular, porque hay un tema de dependencia del celular. Todos estamos con el celular arriba.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal
Sos la primera persona trans que asumió como jerarca de un gobierno. ¿Qué significa esto para vos?
Mucha carga. Son sentimientos y emociones encontradas. Por un lado, la felicidad. Me había tocado ser la primera profesora trans antes. Me parece maravilloso el tema de que la disidencia se haya tenido en cuenta, obviamente el agradecimiento, la confianza, la emoción, todas esas cosas. Pero, por otro lado, también tenés una gran carga, que es que tenés 450.000 ojos observándote hasta el mínimo detalle, hasta si cruzás un semáforo en rojo. Hacés algo mal y van a decir: “Por supuesto, a esta le pusieron porque es trans, no porque sea buena”. Te van a condenar mucho más que si lo hiciera un hombre. De hecho, tenemos ejemplos. Te condenan más si sos mujer, y te condenan el doble si sos mujer trans. Entonces tenés que ser súper meticulosa. Te digo que te miran desde fuera de la comunidad y desde dentro de la comunidad también, porque las compañeras están como mirándote con lupa.
“Es una gran carga, que es que tenés 450.000 ojos observándote hasta el mínimo detalle. Hacés algo mal y van a decir: ‘A esta le pusieron porque es trans, no porque sea buena’. Te van a condenar mucho más que si lo hiciera un hombre”
Estás al frente de la Secretaría de Derechos Humanos. Y tu nombramiento no deja de ser curioso, porque quizás lo esperable hubiese sido que estuvieras al frente de una división de Diversidad de Género, considerando que sos activista por los derechos de las personas LGBT. ¿A vos te sorprendió el anuncio, o no tanto?
Sí, la verdad que sí, que me sorprendió mucho. Yo ya lo sabía, me lo habían confirmado un mes antes de que se anunciara. Pero me sorprendió gratamente, porque fue por una conversación al pasar que tuvimos con el Pacha [Alejandro Sánchez], que en agosto fue designado jefe de campaña de Yamandú. Pero, ya te digo, fue una conversación como al paso que tuvimos. Yo fui a hablar con él sobre cuáles iban a ser las políticas LGBT en el caso de ganar el Frente Amplio. En esa conversación, yo le dije: “Hay una Secretaría de Derechos Humanos en Presidencia desde donde se puede transversalizar todo el trabajo de Derechos Humanos”, y quedó por esa, hasta que me llaman a una reunión para decirme que había sido designada para la Secretaría de Derechos Humanos en Presidencia de la República. Y yo ahí dije: “Qué sensibilidad”. El Pacha, para mí, es un tipo súper sensible y con una cabeza política tremenda; yo lo iro realmente. Y segundo, pensé: “Qué memoria tiene este hombre”, porque se lo dije al pasar, como quien comenta el estado del tiempo, y eso le quedó.
Pero ahora no solo estás abocada a los intereses de la comunidad LGBT, sino a la implementación de políticas públicas en materia de derechos humanos para todos...
Nosotros tenemos por ley el rol rector en el enfoque de derechos humanos de todas las políticas públicas. Eso significa que tenemos que trabajar por los derechos humanos de todas las poblaciones vulneradas. Te doy algunos ejemplos: discapacidad, afrodescendencia, mujeres, privación de libertad, niñeces y adolescencia, migrantes, muchísimas más, y, entre ellas, la comunidad LGBT. Nosotros no generamos políticas públicas, esta secretaría no genera políticas públicas. Lo que hace es ver que esas políticas públicas tengan enfoque de derechos humanos.
La búsqueda de los desaparecidos también recae en tu secretaría, ¿o no?
No, eso le corresponde a la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente, que lleva adelante Alejandra Casablanca, y depende de Presidencia también.
¿Cuáles son las prioridades de tu gestión? ¿Qué metas te trazaste?
Primero, el diálogo. Hay lineamientos que yo traje: la territorialidad, el salir a territorio. De hecho, ya estuvimos en Rocha, ahora vamos a Rivera, después vamos a Trinidad y estamos arreglando con otros departamentos, donde llevamos la secretaría, presentamos la secretaría, todos los mecanismos, porque la secretaría tiene también mecanismos de defensa de Derechos Humanos, entre privados, defensa de derechos humanos entre públicos. Si viene una entidad pública no la recibe esta secretaría porque sería contradictorio que el propio Estado reciba denuncias del propio Estado, en ese caso, la recibe la Institución Nacional de Derechos Humanos.
Y el diálogo, el diálogo con la sociedad civil, la institucionalidad, porque ahí es donde se generan los mecanismos de esto que yo te decía de la política como herramienta. Las necesidades de la sociedad civil, y a ver cómo las instituciones de Estado pueden generar las mejoras para el trabajo con los derechos humanos de las personas.
Has dicho que te interesa elaborar un Segundo Plan Nacional de Derechos Humanos. ¿En qué consistiría?
Un Plan de Derechos Humanos es una hoja de ruta, un camino para trabajar la concientización de los derechos humanos, la defensa de los derechos humanos, la incidencia de la vulneración de los derechos humanos en tu vida, en la vida de la persona, de cada una de las personas que habitan este territorio, y de uruguayos que no están hoy en este territorio; también tenemos que pensar en eso. Un plan es una guía donde vos vas a tener las acciones a llevar adelante para educar en derechos humanos, en trabajar con poblaciones vulneradas, en cómo acceder a los derechos, en cómo defender tus derechos, y que eso llegue a toda la ciudadanía. Los mecanismos que te da el Estado para defender tus derechos, la vulneración de tus derechos humanos.
Tengo entendido que trabajan 15 funcionarios de la secretaría y todos están en Montevideo. ¿No sería deseable una apuesta a la descentralización?
¡Es mi aspiración, es mi aspiración! Sí, sí, sí, claro que sí, claro que sí.
¿Con qué te vas a sentir realizada dentro de cinco años? ¿Con qué dirías: “Si consigo esto, mi gestión me dejó conforme”?
Ayer me hacía esa pregunta mi sobrina y yo le decía: “Con el hecho de que existiera un diálogo permanente entre sociedad civil y Estado, donde ambos se escuchen, donde ambos coordinen, donde ambos puedan lograr la igualdad que Yamandú trae en su programa, en sus discursos”. Con eso ya me voy a sentir realizada.
¿Te sentís respetada cuando caminás por la calle?
[Piensa] Sí, sí...
Pero lo tuviste que pensar…
Porque ¿sabés qué? Nunca voy mirando si me miran mal, si no me miran mal, si me atienden mal. Ya pasé esa etapa y, entonces, si alguien me mira mal, y… capaz que tuvo un mal día esa persona, no es que me miró mal porque yo sea trans.
¿Sos feliz?
Soy muy feliz, soy muy feliz, la verdad. Y siempre digo lo mismo: si me tocara morirme hoy, no me lloren, no me lloren. Porque, la verdad, viví como quise, hice lo que quise, logré lo que quise, estudié lo que quise, trabajé de lo que quise, tuve la familia que quise.
Por César Bianchi
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