Por César Bianchi
@Chechobianchi
Alfredo Ghierra (56) es un provocador, un “sofisticado agitador cultural”, como lo definió Fernando Santullo en Búsqueda. De profesión arquitecto, lo define más ser artista visual, o “artista” a secas, esa definición que asusta a muchos que se autoperciben así, pero no lo dicen públicamente por pudor. Si le faltaba algo, estudió cine en su más temprana juventud, en Cinemateca, y acaba de presentar, como tal, su ópera prima.
Se llama Montevideo inolvidable, habla de cómo la sociedad uruguaya viene destruyendo su rico patrimonio urbanístico y arquitectónico, y no se conmueve por el atropello. Dicho así usted puede pensar que la película seguramente ha pasado sin pena ni gloria por los cines del país. Craso error: lleva 11 semanas en cartel y la han visto más de 10.000 personas, que compran pop y refresco para ver qué opinan los expertos del urbanismo desperdiciado, de las fachadas históricas que se han tirado abajo y de las complicaciones burocráticas para poder restaurar fincas históricas.
De eso, y de su personaje de juguete Ghierra Intendente, va esta charla en una casa centenaria y bellísima en Punta Carretas, que de afuera no dice nada. “¿Por qué es tan difícil proteger nuestro patrimonio?”, es la pregunta que obsesiona a Ghierra. El combo legislación, cultura y política es la respuesta, dice. “Es por ahí, porque si el sistema político no considera que sea algo interesante o importante a resolver, vas frito; si no tenés una ley que te ayude a que eso ocurra, también. Yo entiendo también que el nivel de degradación de zonas como el Centro es tan grande que llega gente… atrás de los ploteos viejos, todo es muy decadente, y cuando cae la noche y en 18 de Julio bajan las persianas, es terrible”.
¿Había arquitectos o artistas en tu familia que hayan influido, de algún modo, en tus inquietudes?
No en mi familia directa. La que sí gravitaba de alguna forma, como tía de mis primos, era María Freire [N. de R.: pintora, escultora y crítica de arte uruguaya, 1917-2015]. Por ella, en mi niñez, yo me di cuenta de que los adultos podían trabajar en un banco, ser contadores o pintar cuadros. Entonces eso como que me habilitó, que no a todo el mundo le pasa. Ella me dio el ejemplo de que se podía ser artista. No conocí a [José Pedro] Costigliolo [N. de R.: pintor uruguayo, precursor del arte no figurativo, 1902-1985], su marido, pero a ella sí. Me dio buenos consejos.
¿Y qué lecturas o qué obras te hicieron volar la cabeza? ¿Qué cosas sí incidieron en tus intereses?
Bueno, el arte abstracto de Costigliolo y de María, muchísimo. La propia ciudad y todo lo que fuera ilustración de libros ilustrados, todo lo que fuera ilustración de textos, siempre me encantó. Y después ya un poco más de grande, el descubrimiento de [Giovanni Battista] Piranesi. Era un italiano, del 1700. El tipo para vivir hacía postales en la época que no había fotografía. Hacía litografías y las reproducía. Se ganaba la vida así, con un nivel de detalle y de perfección que siempre me rompió mucho la cabeza.
Hay muchos más. Siempre me gustó lo que venía del cine también. Hablo de influencias que me pueden haber llevado al cine. ¿Y sabés una cosa que siempre me influyó? Yo soy de la época en que la niñez era acompañada por discos de cuentos. Y a mí me encantaba. Tenía colecciones de discos con cuentos que te los podía recitar de memoria por la cantidad de veces que los escuchaba. Esa magia de escuchar y que a vos se te va ocurriendo todo lo que van diciendo.
Estudiaste arquitectura en la facultad y arte en la Escuela Nacional de Bellas Artes. ¿Te sentís más arquitecto que artista visual o viceversa? ¿Cuál te tira más?
Estudié cine en Cinemateca, también, cuando era adolescente. Esa fue una experiencia increíble. Era un lugar medio de resistencia en plena dictadura, ahí en la Cinemateca de Carnelli. Y era un espacio muy libre. Era muy alto el nivel. Nosotros teníamos 15 o 16 años. Te daban una biaba de cine, y después te hacían hacer cine, en Super 8, animaciones, documentales. Impresionante... Pero después entré a Bellas Artes, yo entré en el 85, y se podía entrar con cuarto año de liceo. No era una facultad, era una escuela, en ese momento. Hacía Bellas Artes y facultad [de Arquitectura]. ¿Qué me siento más? Yo te diría artista, que es más abarcativo. Porque se puede ser arquitecto y artista.

Foto: Javier Noceti/Montevideo Portal.
A muchos artistas les da pudor llamarse “artista”. Es como muy grandilocuente, muy pretenciosa esa definición, me han dicho.
Eso me lo enseñó María [Freire], ¿ves? Yo vivía en Brasil, volví a Uruguay y tenía una carpeta llena de dibujos. Y dije: “¿A quién le muestro esto? ¿Por dónde empiezo?”. Y fui a ver a María. Me dice: “A ver, mostrame, ¿qué traés?”. Y ella a cada rato me interrumpía. Vivía en un apartamento lleno de obras de ella. Ella era grande ya, pero parecía el apartamento de una adolescente. Todo lleno de atriles y obras de arte de ella y del marido.
Entonces, de repente, miraba algo mío, levantaba la vista y decía: “¡Qué divino aquello!”, y era un cuadro de ella. Y yo, tipo: “Bueno”. Seguía mirando mi carpeta, volvía a levantar la vista y decía: “Mirá aquella, qué tremenda esa”, y era otra obra de ella. Estaba enamorada de sus propias obras. En una me capta y me dice: “Vos pensarás que soy una pillada, una soberbia, ¿no? Es que es esto: vos me traés a mí tus obras a que yo te diga qué lindo lo tuyo. Y el asunto es que uno dice ‘qué lindo’ lo que hace. Y a partir de eso, se transforma en un artista. Porque siempre va a haber gente a la que le va a gustar y gente que a la que no le va a gustar, pero primero te tiene que gustar a vos”. Y eso fue un gran consejo.
A partir del año 94, comenzaste a exponer tus obras en Uruguay y en el exterior: en Buenos Aires, en San Pablo, en Brasilia, en Sofía, en Venecia, en Madrid, en Berlín, entre otras tantas ciudades del mundo. ¿Cuál es el común denominador de tu obra? ¿Hay un hilo invisible que una a todas tus obras, tus piezas de arte?
Mira, no sé quién lo dijo, pero es algo que he escuchado: dicen que los artistas siempre estamos laburando sobre lo mismo. Que los escritores, por ejemplo, escriben más o menos siempre el mismo libro. Leés a Vargas Llosa, y es siempre el mismo libro; leés a Donoso, a Dostoievsky, y es más o menos es siempre el mismo libro. Más que el mismo libro, son los mismos temas, una y otra vez revisitados. Y los artistas me parece que también hacen eso.
“Dicen que los artistas siempre estamos laburando sobre lo mismo, que los escritores escriben más o menos siempre el mismo libro. Más que el mismo libro, son los mismos temas, una y otra vez revisitados”
Te definís artista, pero dijiste “hacen”, no “hacemos”…
Sí, porque yo no lo hago. Yo soy más de la escuela de que me obsesiono con algo y le doy hasta de canto, porque ni siquiera cambio el tema cuando cambio la forma. Así sea una exposición de dibujos, de óleo, de fotos o un libro, o una peli, trata sobre la ciudad. Y eso es lo que me preguntabas: el leitmotiv de todo lo que hago es la ciudad. Las ciudades, no necesariamente Montevideo. Pero creo que siempre atrás está Montevideo.
Fuiste director de arte durante 15 años, así como específicamente del bicentenario del proceso independentista del Uruguay. ¿Te sentís cómodo en un rol de gestor, de curador, más que de artista propiamente dicho?
Me gusta poner esa línea en el currículum: el rol de director de arte del bicentenario de 1811, porque fue increíble. Me llamó [Gabriel] Calderón, pero era una comisión que había obtenido dinero y que estaba organizando los festejos. Ellos tenían toda la grilla de espectáculos, sabían que iba a haber espectáculos en la explanada, en la plaza Cagancha, en avenida Del Libertador, en plaza Independencia, pero faltaría un mes y poco, y se dieron cuenta de que no había un link entre los diferentes escenarios. Entonces me llaman, porque yo trabajaba como director de arte y había hecho muchas cosas, pero no de esta escala, y me proponen algo que es como un sueño húmedo: poder intervenir con todo en la ciudad, y encima me dieron superpoderes: podía hablar con la UTE, podía hablar con la IM para que pusieran luces, para que sacaran luces, para que cortaran ramas de árboles. Estuvo impresionante, me quedé muy contento con ese laburo.
Y lo de sentirme cómodo como gestor: a mí me gusta mucho preparar un proyecto, y eso implica muchas veces períodos en que estoy solo. Me gusta ese espacio de estar solo, pero hay un momento en que empiezo a llamar gente para que ese proyecto termine de cuajar, y es una gozadera también trabajar en equipo.

Foto: Javier Noceti/Montevideo Portal.
En 2010 creaste tu personaje Ghierra Intendente —¿podemos llamarlo personaje?—, algo que en tu web definís como “una performance artística en clave política y apartidaria”. ¿Cuál fue tu propósito cuando arrancaste? ¿Qué buscabas liderando un grupo? Porque no sos solo vos: hay arquitectos, artistas y diseñadores detrás de tu nombre.
Buscaba poner la ciudad en primer plano, y me validé de una cosa muy uruguaya. Yo podría haber elegido un personaje futbolero, o uno del carnaval, o uno político, que es la forma de masificar un mensaje en este país, y con el que me sentía más cómodo era la política, que es algo que, además, me gusta. Y a influjo e impulso de Ana Knobel, que en aquel momento dirigía el Subte Municipal, y con quien siempre estábamos hablando de la ciudad, me dijo: “Che, ¿no querés hacer algo con ese proyecto tuyo, Ghierra Intendente?”. Y ese fue el primero. En aquel momento, en el 2010, las redes existían, pero yo no las usaba. De cualquier manera, la exposición fue un éxito tal que me pidieron dejarlo un mes más, algo que nunca pasa.
Me pidieron para dejarla en el 15, y repetimos, pero ya en el Centro Cultural de España [CCE], y ahí bajo la égida de Ricardo Ramón, que era director del CCE en ese momento. Ese tipo es un cohete, es una persona que no para. Vos vas con una propuesta y él te dice: “Duplicala”. Todo lo contrario a cuando vas con una propuesta; normalmente te dicen: “Bajala un poco”. Él era todo a lo grande. Me dio todo el Centro Cultural de España, y ahí sí hicimos la exposición, y en paralelo hicimos la campaña en redes, y fue una explosión.
En algún momento histórico fuimos la Suiza de América, también en el plano arquitectónico (Le Corbusier dejó su huella; hoy podemos distinguir Bello y Reborati, Vilamajó, Scasso, Cravotto, Aubriot). ¿Qué nos pasó? ¿Nos dejamos estar o todo fue obra de la piqueta fatal del progreso?
No, no, no, “es la economía, estúpido”, como decía el asesor de Clinton. Creo que en el momento las cosas no se han separado. Una calidad arquitectónica como la que construyó la ciudad de Montevideo entre las últimas décadas del 19 y las primeras cinco del 20 se da también porque hay una concentración económica; me imagino que seríamos como Emiratos Árabes de la época: todo el mundo quería venir a construir acá. Primero, antes de que hubiera arquitectos uruguayos —empieza a haber a partir de la década del 20—, venían de todos lados, sobre todo de Italia, de Francia, y hacían lo que no podían hacer en sus países, porque no había las condiciones y no había la plata. Acá había plata y había otra cosa en la que a mí me gusta hacer hincapié: una sociedad muy joven. Vos ves los datos demográficos del 1900, 1920, y la mayor parte de la gente es joven; entonces vos imaginate un lugar con plata, con oportunidades y con juventud. Te decían: “Vamos a hacer el Palacio Salvo”, ¡sí! “Vamos a hacer el estadio”, ¡dale! No quiere decir que no hubiera discusiones; te lo estoy simplificando, obviamente. Cuando hicieron la rambla sur se discutió y hubo gente que estaba en contra. Cuando demolieron las murallas, siempre había varias voces, pero veo que había una posibilidad de hacer que hoy… Ya ves, cualquier cosa, esté bien o esté mal, tienen mil trabas, escollos burocráticos, escollos de la opinión pública, porque todo el mundo opina. Es muy frustrante…
“Entre 1900 y 1920, acá había plata y una sociedad muy joven. Imaginate un lugar con plata, con oportunidades y juventud. Te decían: ‘Vamos a hacer el Palacio Salvo’, ¡sí! ‘Vamos a hacer el estadio’, ¡dale! Hoy, para cualquier cosa, hay mil trabas burocráticas”
Este año presentaste el documental Montevideo inolvidable, un largometraje que pretende enaltecer el patrimonio urbano, a la vez que denuncia algunas amenazas a la ciudad. Pero no sos cineasta. ¿Creés que cumpliste con lo que te habías propuesto contar?
Es, como dicen, mi ópera prima. Cuando uno no sabe de algo, cuando no está seguro, arma equipo con los que saben, se asesora con los que saben. Yo también me rodeé de gente muy capaz, escribí el guion junto con un director de cine, Javier Palleiro, filmé la película codo a codo con Rodrigo Labella, que es un gran realizador audiovisual, produje la película codo a codo con Laura Gutman, que vine produciendo, desde Whisky para acá, todos los grandes éxitos del cine uruguayo. O sea, me armé y me equipo. Lo que yo sabía desde el principio era qué quería decir, y eso es muy importante.
Ahora, el cómo, el arco argumental, las tensiones, que no se empantane, eso sí fue un trabajo más de equipo, pero, llegado el caso, en mi rol de director, la última palabra tenía que ser mía. El audiovisual tiene una cosa que aprendí trabajando en publicidad, trabajando en televisión, trabajando en varios lados: yo me puedo ir a tomar una cerveza contigo después del laburo, y vos sos el Checho y yo soy el Alfie, y todo bien, pero si estamos laburando, vos sos el conductor y yo soy el director de arte, y cada uno tiene unos roles muy específicos. Es un poco militar, si se quiere, un poco jerárquico, pero eso sí que funciona, para lograr ese resultado, porque cada segundo cuenta, cada segundo es plata. Vos no podés andar bobeando. “Pero si sos mi amigo, ¿por qué me hablas así?”. “Te hablo así porque es lo que tenés que hacer, que no te queden dudas”. Tiene que ver también con bajar un poco el ego. Y en eso el cine y la arquitectura son parecidos: son trabajos de equipo, son trabajos que implican mucho tiempo, entre el proyecto y la realización; tanto en un edificio como en una película, pasan años, involucran al mercado también.
Yo no lo pensé como una peli para entendidos, o para el mundo académico, o para un público más de nicho. Yo quería, como todo lo que hago, que le llegara a la mayor cantidad de gente posible. En eso me considero un artista popular, en el mejor sentido, pero ese intento de ser popular y de llegar a todo el mundo no quiere decir rebajar la calidad de lo que hagas, jamás, sino, muy por el contrario, hacer cosas con calidad, pero que tengan un espesor de conocimiento, de investigación, de mensaje, y creo haberlo logrado.

Foto: Javier Noceti/Montevideo Portal.
En términos generales, y sin spoilear (para que vean la peli), ¿a qué conclusiones llegaste? ¿Qué tan descuidado está el patrimonio urbanístico de la capital del país" >
Foto: Javier Noceti/Montevideo Portal.
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